11 febrero 2005

La Patria. Enero-febrero 1982


Un lluvioso día de enero me convocan en un cuartel de Campamento para recoger el "petate". Me acompañan mis padres en el viejo 124. La convocatoria es a una hora intempestiva de la mañana y cuando llegamos es aún de noche. En las destartaladas calles que rodean al cuartel se ven otros coches con gente dentro, aguardando lo mismo. Se abren las puertas y empezamos a pasar. Hay unas listas, te llaman por el nombre, firmas un recibo y te entregan un enorme saco verde, el petate, donde se supone que puedes llevar tu equipaje al destino militar que te ha tocado. Que en mi caso es el Centro de Instrucción de Reclutas (C.I.R.) de El Ferral del Bernesga, a unos 20 kilómetros de León.
Cuando salgo, ya con mi petate, me cruzo con una cara conocida: es un chico con el que coincidía siempre en el autobús Circular cuando iba al Ramiro. Después había estudiado también Económicas en la Autónoma, pero nunca habíamos hablado. Siempre me había parecido ideal: Alto, guapo, elegante, simpático... Aunque se le ve tan perdido como los demás, me reconoce y me saluda.

Días después, estoy en la estación de Chamartín para tomar el tren que me llevará al CIR. Mi madre se ha empeñado en rellenar el petate con todo tipo de previsoras provisiones. Ropa interior de Damart Thermolactyl, embutidos diversos, tubos de leche condensada La Lechera... Así que pesa muchísimo. Visto unos viejos vaqueros Levi’s, un grueso suéter azul marino que me hizo mi tía Angela, chubasquero deportivo Karhu y botas de Segarra (alguien me dijo que lo mejor para evitar ampollas en los pies era usar botas de Segarra desde unos meses antes de la mili, y nunca una recomendación fue más acertada).

Yo había imaginado la escena en blanco y negro, con altavoces dando instrucciones en alemán (Achtung, achtung!!), vagones de mercancías atiborrados de chicos delgadísimos y banda sonora de Gustav Mahler. Nada que ver: Brillan los colores más radiantes al sol de enero. El tren es un cercanías igualito al que uso habitualmente para ir a la universidad. Y aparece el chico ideal del Circular, que se viene conmigo de campamento.

Durante el larguísimo trayecto, unas ocho horas, nos contamos nuestras vidas. Le llaman Tano, tiene mi edad, vive en Doctor Esquerdo con sus padres y estudió en el colegio Maravillas, por eso cogía el Circular, claro. Lo malo es que tiene novia formal y esta enamoradísimo.

Hay otro chico en el vagón que me llama la atención. Está sentado sólo, leyendo un libro muy grande con ilustraciones de Dalí. Es de estatura mediana, complexión fuerte, un poco calvo. Y tiene una de esas caras que sugieren experiencia, sufrimiento sobrellevado, sacrificio. Casi al final del viaje hace pandi con nosotros. Le llaman Boris, estudia medicina y es un encanto. Cuando llegamos al campamento somos los tres superamiguetes.

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