28 septiembre 2005

Visiblemente normalizados



León, domingo, 25 de septiembre, después de comer. Sentados en un banco en la plaza, frente a la catedral. Esperando a que abran. Van llegando turistas. Un grupo de dos matrimonios jóvenes, con un niño pequeño en sillita. El padre de familia nos mira, de repente, con esa mirada libidinosa que no es de padre de familia. Yorgos y Alfonso se dan cuenta y entre risas comienzan a hablar de los "galleteros" (gay+hétero). El padre se da cuenta de que nos hemos dado cuenta y despliega todo su plumero de machito pavo real: mete tripa, saca pecho, sonríe de oreja a oreja. Hace que le hagan una foto, muy agarradito a su chorba. Nuestros comentarios van subiendo de tono. Luego se van y alguien pregunta: "pero bueno, ¿no van a abrir nunca la catedral?".

Y una chica que llevaba un rato largo sentada a nuestra espalda, en el mismo banco y con la antena bien puesta, nos da sonriente toda la información: "La catedral no la abren hasta las cinco, mientras tanto podeís visitar San Isidoro!"

27 septiembre 2005

Vocaciones frustradas

He leído ésto en el blog de Manuel H. Si la Iglesia no acepta ya homosexuales en su club... ¿De dónde va a sacar vocaciones?

17 septiembre 2005

Vacaciones (y VII)



26 de agosto: Nos levantamos muy temprano para ver algo de Larnaka antes de subir al avión. En esa ciudad está el aeropuerto. Visitamos la iglesia bizantina de Ayios Lazaros (San Lázaro, el de "levántate y anda", patrón de todos los zombis, que se vino por aquí a predicar y que aquí está enterrado, según la tradición). Llena de viejas beatas ortodoxas muy alborotadas por besar todas las reliquias con gran devoción. Luego buscamos la mezquita Hala Sultan Tekke, al borde del gran lago de sal junto al aerodromo. Desde la carretera vemos el lago, vemos la mezquita entre un palmeral. Pero no hay indicaciones ni modo de llegar allí. Después de perdernos tres veces, damos con el camino. La mezquita está cerrada y en obras de reconstrucción.

Una cosa que he observado en casi todos mis viajes es el intencionado olvido de determinadas secuencias del pasado de un país en aras de una homegeneidad histórica que cuadre con el nacionalismo dominante: Así, la primera vez que estuve en Turquía –las cosas han cambiado allí, para bien-, no interesaba mostrar el pasado griego de Estambul-Constantinopla. En Méjico y sobre todo en Perú, ensalzan todo lo azteca o lo inca, pero desprecian bastante el barroco colonial español. Casi nadie se libra: Aquí en este país entre Francia y Portugal que no es Andorra, tenemos el claro ejemplo de un Aznar que niega la españolidad de Avicena o Boabdil, o ese otro de los nacionalistas vascos que basan su poder en un mítico Euskadi que nunca existió y olvidan que Elcano –primus cicumdedisti me- trabajaba para el rey de España, o que San Sebastián-Donostia es así como es porque la pusieron de moda Alfonso XIII y la aristocracia madrileña.

Y con esta digresión termina el relato de mis vacaciones de agosto en Chipre. Aviso a los visitantes que me quedan 15 días de vacaciones que tomaré en noviembre. Así que amenazo con otro largo y aburrido relato. Eso si, será un poco más exótico...

15 septiembre 2005

Marionetas en la cuerda.



Se supone que es el hombre más poderoso del mundo.

Y hasta para hacer pis tiene que pedir permiso... a una subordinada.

¡En qué manos estamos!?!?!

14 septiembre 2005

Vacaciones (VI)



24 de agosto: Día de asueto. Lectura y relajación. Tumbona, playa y piscina. Cena en restaurante mejicano, con fondo musical de canciones en español -pero de cualquier sitio menos de Méjico.

25 de agosto: Madrugamos y nos ponemos en camino a Nicosia. Según llegamos, aparcamos cerca del paso del "Ladria Palace" y caminamos hasta el puesto fronterizo. Allí concertamos el alquiler de un coche baratito, que debemos recoger después en las oficinas de la compañía. Entonces nos damos cuenta de que nos hemos dejado el pasaporte en el hotel. Gran disgusto. Pero no paaasssaa naaadaa: Nos dejan pasar con el DNI. ¡Tanta frontera, tanto muro con alambradas, y a la hora de la verdad esto es un coladero!.
Caminamos hasta las oficinas del rent-a-car y pasamos por un barrio moderno, con edificios oficiales y mucho bronce triunfalista. El vehículo en cuestión resulta ser un Suzuki Jimny de cuando reinó Carolo, muy chulo pero harto incómodo de conducir. Inasequible al desaliento, Alfonso se pone al volante y en seguida domina a la bestia. Enfilamos la carretera de Kyrenia (Girne en turco), la principal población de la costa norte. A lo lejos divisamos las crestas de la "cordillera gótica", llamada así por el rosario de castillos, iglesias y otras costrucciones de tal estilo, dejadas allí por los caballeros francos durante la Edad Media.

Antes de llegar nos desvíamos a la izquierda por una carreterilla que asciende estre campos de tiro del ejército turco hasta el castillo de San Hilarión. De origen bizantino, fue ampliado y reforzado por los Lusiñán. Se conserva en buen estado y el emplazamiento es muy atractivo: encaramado en lo alto de la montaña y mirando al Mediterráneo, más azul que en un folleto turístico. Tras el intenso ejercicio aeróbico -subiendo y bajando escaleras de piedra-, seguimos viaje hasta Kyrenia. Allí nos instalamos en una terraza del puerto para tomarnos una cerveza (una Efes turca) y descansar un rato hasta la hora de la comida. Comemos en otra terraza y tardan un siglo en servirnos. Después de comer visitamos el castillo, mole de piedra dorada que domina el frente marítimo de la ciudad. Desde sus almenas se divisa la ensenada que forman los restos del antiguo puerto romano. En sus aguas verde esmeralda nadan unos chicos del pueblo.

Antes de volver al sur tenemos una visita obligada: Bellapaís. Fue aquí donde Lawrence Durrell compró una casa en 1953 y donde residió la mayor parte del tiempo que relata en su libro. El pueblo recibe su nombre de la abadía gótica: Los monjes franceses que la fundaron la llamaron "de la Paix", y los venecianos lo cambiaron a "Bella País". Emplazada en las laderas de la cordillera y con una espléndida vista de toda la costa, la abadía en ruinas produce un efecto visual sorprendente, resultado una vez más de la mezcla de arquitectura occidental y entorno exótico. De todas formas, muchas cosas han cambiado desde que Durrell se fue: La aldea de campesinos griegos se ha transformado en un lugar turístico habitado por turcos, la famosa campiña de árboles frutales está ahora plagada de chalets de dudoso gusto y el Árbol de la Ociosidad –bajo cuyas ramas se reunían los paisanos a ver pasar el tiempo- es sólo un retoño insertado en la terraza de un restaurante. O témpora, o mores!

12 septiembre 2005

Vacaciones (V)



23 de agosto: Excursión a Lefkosia (Nicosia), capital del estado. De los dos estados, porque la ciudad quedó partida por la mitad tras la guerra del 74. Visitamos primero la zona sur (grecochipriota). Viniendo de Limasol, se entra por unos barrios muy modernos, con edificios de arquitectura ultimo grito (a veces último grito de terror) y comercios hipermegapijos. Aparcamos por allí y paseamos hacia el interior. El centro histórico está encerrado en un sistema poliédrico de fosos y muros que construyeron los venecianos en el siglo XVI para defender la plaza del ataque de los turcos. No tuvieron mucho éxito.
Tras esas murallas, se levanta una mezcolanza de construcciones modernas y poco afortunadas con algunos edificios interesantes en zonas claramente deprimidas o abandonadas. Cuenta Lawrence Durrell en su "Limones amargos" que el valor inmobiliario del metro cuadrado en el centro de Nicosia superaba el de Washington. Hablamos de mediados de los años cincuenta. Lo que vemos es el resultado de aquella especulación. Dominando el conjunto, el palacio del Arzobispo, con una enorme escultura de Makarios y un interesante museo de iconos bizantinos. Y al fondo de la calle principal, Ladria Street, topamos con el muro que separa los dos Chipres. Hay un mirador para asomarse –entre garitas, alambradas y sacos terreros- pero no dejan hacer fotos. A un lado del mirador, la oficina municipal de turismo, y al otro unas dependencias de la policía y una pequeña exposición sobre las maldades cometidas por los malvados turcos. Todo el montaje resulta claramente propagandístico, es como si el muro hubiera llegado a ser un atractivo turístico más de la ciudad. El caso es que nos entra un intenso deseo de pasar al otro lado. No hay ninguna indicación y nuestra guía no contempla esa posibilidad. Preguntamos en el cuartelillo y un amable policía nos indica. Hay que salir de las murallas y rodearlas hasta dar con el paso del Ladria Palace Hotel. Tras una corta caminata encontramos el lugar. Primero pasamos por un puesto de control grecochipriota. Ni nos miran. En la decoración, predominan el blanco y el azul de la bandera griega. Luego la calle discurre frente a un gran hotel abandonado: el Ladria Palace. Estamos en tierra de nadie, el espacio de separación establecido y vigilado por la ONU. Entre tanta desolación, destacan dos edificios antiguos pero restaurados y como nuevos: uno es la embajada de Grecia, el otro, ¡el Instituto Goethe!. Se han situado en una posición estratégica: así dan servicio a todo el que desee aprender alemán, sea greco o turcochipriota. Otros cien metros y llegamos al control fronterizo de la República Turca del Norte de Chipre. Aquí los colores de moda son el rojo y el blanco de la bandera turca. Ante la caseta del control espera una pequeña cola de turistas y junto a ella, una oficina de alquiler de automóviles. No hemos podido pasar con el nuestro porque según reza el contrato, el seguro no cubre en el "Chipre ocupado". Sin más problema que presentar nuestro pasaporte, pasamos al Chipre ocupado.
La primera impresión es que nos encontramos ante más de lo mismo: desorden urbano y feas construcciones de los años 60. Pero a medida que nos volvemos a internar en el casco antiguo, la cosa mejora. El Chipre turco no ha experimentado el extraordinario boom económico e inmobiliario del resto de la isla y, en consecuencia, se ha preservado mejor el conjunto histórico. Visitamos primero el Buyuk Han, un caravansaray o albergue para los comerciantes que recorrían la isla transportando mercancías a lomos de camello. Luego nos tropezamos de pronto con la mezquita Selimiye. Es impresionante, porque era la catedral católica de Santa Sofía. En el siglo XVI, los turcos le quitaron las imágenes y le añadieron dos altos minaretes que le dan, de lejos, un aspecto de enorme enchufe eléctrico. Es muy extraña la sensación: te descalzas en el pórtico y entras en lo que te parece una catedral gótica. Estás preparado para ver crucifijos, santos, capillitas y relicarios. En vez de eso te encuentras con un espacio diáfano, encalado y decoradas algunas paredes con versículos del Corán escritos en alfabeto árabe. Hay un alto atril para las predicaciones y las líneas de la moqueta rojiza se orientan hacia un mirhab que mira a la Meca. No sé si esto es choque de civilizaciones, pero desde luego es chocante. Después de la mezquita gótica, visitamos el Lapidario –un pequeño museo con restos de edificios ya derribados- y otra mezquita que fue la iglesia de Santa Catalina. Comemos en una terraza, en el Buyuk Han y nos damos cuenta de que nuestros euros valen aquí el doble que en el Chipre griego. Decidimos que hay mucho que ver y que merece la pena gastar un día entero en el Norte. Desandamos el camino y volvemos a pasar por el corredor fronterizo del Ladra Palace.
Ya en zona griega, visitamos el museo arqueológico, muy completo e interesante. Luego volvemos a Limasol, pasando por un par de pueblos. En Dali visitamos una capilla con frescos medievales. El viejo que nos la enseña nos señala un monte a lo lejos. Allí está el monasterio de Stavrovuni, fundado por Santa Helena –la madre del emperador Constantino- durante su tour mundial con la Vera Cruz a cuestas. Se supone que dejó aquí la cruz del Buen Ladrón, que había encontrado también en Tierra Santa. Que digo yo que en qué notaría Santa Helena que era la del Buen Ladrón y no la del malo. Fuera de bromas irreverentes, el ascenso al monasterio merece la pena, por el paisaje y por ver un poco el ambientillo de los monjes. Atención: ¡no está permitido el paso de mujeres, así que es como un club gay!

11 septiembre 2005

Vacaciones (IV)


20 de agosto: Excursión a los montes Troodos, donde hay una estación de esquí. En invierno, claro. A medida que subimos por estrechas carreteras el paisaje va mejorando. Arriba es boscoso y hace fresco. Comemos musaka y visitamos después el monasterio de Kykkou o Kykos. Es el más rico y el más famoso, por albergar un icono de la Virgen que dicen que pintó del natural San Lucas el evangelista. Aunque de fundación muy antigua (s. XI), ha sido reconstruído tantas veces que parece nuevecito. Es el centro espiritual del nacionalismo griego en Chipre. No hay que olvidar que aquí cada iglesia ortodoxa tiene dos banderas en su fachada –y sólo dos: Una es la de la iglesia ortodoxa, un águila bicéfala negra sobre fondo amarillo o dorado. Era la enseña de los bizantinos. La otra bandera es la azul y blanca de Grecia. No la de Chipre, sino la de Grecia. Es como si en las iglesias españolas figurase siempre una bandera del Vaticano y otra de Italia, por ejemplo. En fin, nacionalismos religiosos aparte, el monasterio es bonito y alberga una magnífica colección en su museo de arte bizantino. Sólo por ver este museo me hubiera merecido la pena venir a Chipre.

21 de agosto: Día tranquilo y relajado, al sol en la playa de Coral Bay. Por la tarde, se intala un grupito de niñatos chipriotas en la sombrilla contigua a la nuestra. El líder es un individuo insoportable de unos 20 años. Se vé que está forrao o que es el hijo consentido de algún jerarca local, porque todos le bailan el agua aunque se nota a la legua que no le soportan. No es que hable a gritos, es que rebuzna. Cuando sus amiguitos se escaquean, saca un móvil de alta gama y sigue tele-rebuznando. Como ya estamos quemados y socarrados, nos largamos. Esa noche cenamos en una terracita muy agradable junto al castillo de Limasol. Cocina local y camareros gais.
22 de agosto: Día tranquilo y relajado, etc, etc... sin salir del hotel. Playa y piscina, lectura y contemplación de chulazos exsoviéticos (la mayoría de los turistas del hotel proviene de la antigua URSS).

08 septiembre 2005

LoQueHayQueOir.org


Vía escolar.net, leo esto:


y allí descubro un banner que me lleva a esta otra noticia.

Desde que probé el ácido, allá por los ochenta, no había alucinado tanto.

Vacaciones (III)



18 de agosto: Conduce Alfonso. Hemos descubierto que él es el más indicado, por ser zurdo y por no tener tan interiorizado el hábito de conducir por la derecha. Empezamos con un paseo por el centro de Limassol. Apenas quedan cuatro o cinco calles que no hayan sido arrasadas por la especulación y el nefasto urbanismo. El barrio turco fue destruido casi por completo durante el conflicto del 74, aunque ha sobrevivido una pequeña mezquita y un ruinoso hamam. Luego nos acercamos al cercano pueblo de Kolossi, donde visitamos el famoso castillo medieval, que perteneció a los caballeros de la orden de San Juan de Jerusalén. El castillo era llamado "la grande Commanderie", y en sus tierras se producía un famoso vino dulce. Con el tiempo, el vino tomó ese mismo nombre: Commandaria. Tratamos de comprar vino, pero allí no hay tienda y nos recomiendan el museo del vino, en el pueblo. Resulta ser una especie de chalet de reciente construcción, y cobran unos 4 euros por persona por visitarlo. Eso si, después ofrecen una degustación. No llegamos a entrar. Después de perdernos por carreteras secundarias, volvemos a Limassol y comemos en una bonita taberna instalada dentro del mercado de abastos. Volvemos al hotel. Yo me he agarrado una hermosa borrachera con el litro y medio de cerveza KEO que me he ventilado. Así que me meto en el sobre a sobarla. Javier y Alfonso se bajan a las tumbonas de la playa-piscina. Esa noche, cenamos de nuevo (opíparamente) en el Club Naútico. A Javier se le cae el salero. Como es muy supersticioso, ejecuta un complicado ritual para deshacer el mal fario. Nos reímos tontamente. Después de cenar, visitamos el Alaloum, clásico bar gay del lugar, en el antiguo barrio turco. El local es bonito, instalado en una casa medieval. Pero el público es, digamos, peculiar. Se trata básicamente de chicos travestidos, de alquiler seguramente, para consumo de los muy machos y muy reprimidos chipriotas. Tomamos una cerveza y nos piramos.

19 de agosto: A las dos de la madrugada llaman al teléfono. Es Javier. Le han llamado desde su empresa en Barcelona. Ha surgido una crisis bastante grave y debe volver inmediatamente. Le acompañamos al aeropuerto de Larnaka, a unos 60 kms., y consigue embarcar en el primer avión que enlaza con BCN, ya a las siete de la mañana. Le prometo nunca más reirme de los saleros derramados. Nos volvemos al hotel a dormir un par de horas. Al despertar, medio zombis, nos vamos a la tranquila playa de Pissouri (vaya nombrecito para una playa) a comer y a seguir descansando. A la vuelta, paramos en la Petra To Romiu (la piedra del romano), un peñón de la costa donde la leyenda dice que nació Afrodita. Allí hubo un santuario de la diosa y allí estuvo Cleopatra para rendirle culto. Nos sorprende ver un árbol reseco cargado de exvotos. Parece ser que son muchos todavía los fieles de Venus.

05 septiembre 2005

Vacaciones (II)



17 de agosto. Cantidá de calor. Visita a Kurión. Era una ciudad en tiempos del imperio romano. Luego hubo terremotos, epidemias, invasiones, y fue abandonada. Bonita, por la situación, frente al mar. Nos encontramos con un matrimonio catalán, muy simpáticos. Nos recomiendan algunos sitios y nos dicen que a Nicosia (la capital) ni vayamos. Seguimos hacia Pafos, una de las ciudades importantes. Nueva decepción: es otra sucesión de urbanizaciones, hoteles y apartamentos sin orden ni concierto. No parecen tener el menor interés por la estética ni por el urbanismo. Comemos unos bocadillos y tomamos café en el puerto, el único lugar con algo de encanto. Luego visitamos la zona arqueológica contigua, repleta de bonitos mosaicos romanos. Hay también cerca un cementerio egipcio (ptolemaico), que resulta curioso sin más. Volvemos al hotel y esa noche cenamos en lo que queda (poco) del pueblo de Limasol. Es una zona bastante recuperada en torno al castillo y unos almacenes del antiguo puerto. Pido unos filetes de pescado y me traen una especie de merluza toda entera para mi.

Un poco de historia: Chipre ha estado habitada desde la prehistoria. Y desde entonces ha sido ocupada por todos los pueblos que pasaban por allí, dejando su poso en la cultura y en la raza. Fenicios, griegos, egipcios y romanos dominaron la isla en la Antigüedad. Luego, durante un largo periodo (de 330 a 1.191 d.C.) perteneció al imperio bizantino, si bien sufría frecuentes saqueos de los piratas árabes.

En 1191, Ricardo Corazón de León, en ruta hacia Tierra Santa para su Cruzada, conquista la isla a su último reyezuelo bizantino, se casa allí con Doña Berengaria de Navarra (pobrecilla, más le hubiera valido quedarse en Pamplona, ni cató al marido, que era gay) y vende la isla a los caballeros templarios, que a su vez la revenden a un personaje: Guy de Lusignan, el malo de "El Reino de los Cielos", que se corona rey. A partir de entonces, la familia Lusiñán gobernará Chipre durante casi doscientos años. Llenan la isla de castillos, iglesias góticas y caballeros franceses. Persiguen a los cristianos ortodoxos, que son mayoría entre la población autóctona, e implantan el culto católico.

Hasta que en 1489, Catalina Cornaro, la última reina, vende su posesión a los venecianos a cambio de un agradable retiro en la ciudad de los canales. Los italianos utilizan la isla como escala en sus rutas comerciales y la fortifican para defenderla de los turcos, pero finalmente estos últimos la invaden y toman Famagusta –la última posesión latina- en 1571. Los turcos expulsan o masacran al clero católico, pero mantienen a los ortodoxos griegos. De hecho, los sultanes de Constantinopla entregan parte de la gobernación efectiva de la isla al Arzobispo. Hay que explicar aquí que ya los emperadores bizantinos habían entregado la administración de Chipre al todopoderoso Arzobispado Autocéfalo. Las iglesias góticas se transforman de esta manera en mezquitas o son abandonadas, pero fructifican los monasterios y capillas ortodoxas.

En 1821 se inicia la revuelta independentista de los griegos frente a la Sublime Puerta. En Chipre se reprime sin contemplaciones, pero se refuerza el sentimiento nacionalista entre la mayoritaria comunidad griega. En 1878 el decadente Imperio Otomano cede la administración a los británicos, si bien mantiene nominalmente la soberanía hasta 1914. Gran Bretaña ambicionaba la isla para utilizarla como base de operaciones en su política de Oriente Medio. Por otra parte era una escala importante en la ruta hacia el Canal de Suez. Al estallar la Gran Guerra, los ingleses inician una administración colonial que durará hasta 1960.

A mediados de los años cincuenta, el gobierno de Atenas y la iglesia ortodoxa fomentan un nacionalismo exaltado entre la comunidad greco-chipriota. Se trataba de lograr la Enosis, la Unión con Grecia, aprovechando los procesos de descolonización que Gran Bretaña mantenía abiertos en su Commonwealth. Pero los británicos, instalados en la inacción, no tenían un plan claro de descolonización para la isla y, por otra parte, había un 20% de población turcochipriota que no aceptaba ser gobernada desde Atenas o por los popes ortodoxos.

Pronto estalla la revuelta de los grecochipriotas contra los ingleses: primero de forma pacífica, en forma de huelgas y manifestaciones. Pero surge una organización que hoy calificaríamos sin duda de terrorista: la EOKA, que inicia una campaña sangrienta. Los británicos no saben qué hacer: Deportan al arzobispo Makarios –que se ha convertido en el líder espiritual de los grecochipriotas- y comienzan a utilizar a turcochipriotas como tropas auxiliares para la represión, convirtiéndolos así en un objetivo para las bombas de la EOKA y cebando el odio entre las dos comunidades.

Cuando finalmente se concede la independencia (1960), nadie queda contento: formalmente hay una Constitución que ampara los derechos de las minorías y establece un complejo reparto de cargos en base a criterios étnicos. Pero los griegos pronto querrán abolir este sistema y los turcos comienzan a boicotear las instituciones para evitarlo. Así transcurren las cosas, más mal que bien –y siempre bajo la presidencia de Makarios, que actúa a veces como elemento moderador- hasta que en 1974, la Junta Militar que gobierna Grecia desde el golpe de los coroneles (1967) promueve un golpe de estado ultraderechista en Chipre. Makarios huye y se proclama un nuevo régimen bajo la presidencia de Nicos Sampson –un antiguo terrorista de la EOKA y agente de la CIA- que reclama la inmediata Enosis con Grecia.

A los cinco días, el ejército turco invade un 30% de la isla. Se da la extraña circunstancia de que un país de la OTAN (Turquía) emplea la fuerza militar contra uno neutral (Chipre) por su intención de fusionarse con otro país de la OTAN (Grecia). El fracaso obtenido provoca la caída de Sampson (y de sus amigos, los coroneles de Atenas) y el retorno de Makarios. Pero el mal ya está hecho: La isla queda dividida y comienza el dramático desplazamiento de las poblaciones. Los griegos se quedan en el sur y los turcos van al norte. Se proclama la República Turca del Norte de Chipre, estado que sólo es reconocido (inmediatamente) por Turquía. La ONU ocupa un estrecho pasillo de separación entre las dos zonas que atraviesa la capital, Nicosia.
En los últimos años, y ante el ingreso de la república grecochipriota en la Unión Europea, parecía que las cosas iban a mejor. Existía un plan diseñado por la ONU –que apoyaban tanto Grecia como Turquía- para la reunificación de la isla en un estado confederal. Se planteó un referendum consultivo en cada zona. Los turcos dijeron "si". Los griegos, "no".

02 septiembre 2005

Vacaciones (I)



13 de agosto. Destino Atenas con Olympic. En el avión, el ya familiar sonido del griego moderno (parakaló, parakaló), una especie de jerga incomprensible que sin embargo suena muy parecida al español: "komunistikó coma helados" significa "partido comunista de Grecia". En la mochila, un libro: "Limones Amargos" de Lawrence Durrell. Entre 1953 y 1956, Durrell vivió en Chipre y en el libro refleja sus experiencias y su pena por el conflicto de nacionalismos que vivió –y todavía vive- esa isla.

14 de agosto. Calor. Por la mañana, visita al renovado Museo Nacional de Arqueología. Comemos un sandwich en una terraza junto a la catedral ortodoxa y, por la tarde, esperamos en la plaza Sindagma la llegada de Javier desde Barcelona. Nos llaman al móvil desde Madrid: parece ser que se ha estrellado aquí, cerca de Atenas, un avión que volaba de Chipre a Praga. Esa misma tarde, al caer el sol, visita a la Acrópolis. A esa hora tiene una luz especial, amarillenta, muy ateniense. Cena en Plaka, en una terraza típica atestada de turistas, a base de "meze", surtido de tapitas y ensaladas de la tierra.

15 de agosto. Más calor. Aquí también celebran (y mucho) la Asunción de la Virgen. Así que todo el mundo se ha marchado a la playa aprovechando el puente y en Atenas sólo quedamos cuatro turistas despistados y los emigrantes paquistaníes, que son multitud. Regreso al Museo Arqueológico para que lo conozca Javier, paseo por las principales avenidas y unas cervezas en Kolonaki (su barrio de Salamanca), en la terraza más pija de la Hélade. Comida en el área turística de Monastiraki, en una taberna pseudotípica. Por la tarde, una corta siesta y subida en funicular al monte Licabitos, con las mejores vistas de la ciudad y la Acrópolis al fondo, al atardecer. Cena ligera en una terraza de Kolonaki, en un ambiente como de California 47 en sus buenos tiempos. Luego, intentamos encontrar el clásico bar de ambiente "Aleko’s Island", pero nos hacemos un lío con las calles y, como estamos cansados, nos volvemos al hotel.

16 de agosto. Mucho más calor. Llegamos a Chipre, al aeropuerto de Larnaka, tras un vuelo bastante corto. Primer contacto: alquilar un coche. Un Honda Civic tres volúmenes, bastante chulo, con espacio suficiente para los baúles que acarreamos y nuestras tres grandes humanidades. Pero el volante está a la derecha. Porque aquí se conduce a lo británico, por la izquierda. Javier insiste en ser el primero en conducir (se ve que no se fía de nosotros). Por la autopista, todo va bien, pero al entrar en la ciudad de Lémessos (Limasol), calcula mal las distancias y se lleva por delante el retrovisor de una furgoneta que está aparcada. Huímos, como vulgares Farruquitos. Javier decide que él ya no conduce más. El hotel está muy bien, con piscina y playa propia, y las habitaciones son amplias y cómodas. Pero la ciudad nos decepciona: son kilómetros de hoteles y apartamentos en torno a una avenida con un tráfico insoportable. Y los precios son también británicos: resulta que la moneda nacional es la libra chipriota y la relación de cambio con el euro es tan irreal como esos restaurantes chinos que salpican la avenida. Por lo demás, tanto los turistas como el personal de hostelería son básicamente rusos y exsoviéticos. Cenamos (espléndidamente) en el Club Naútico, el único lugar que nos parece verdaderamente chipriota.

01 septiembre 2005

Katrina (and the Waves): Walking on Sunshine?



He vuelto. He pasado una gastritis y la típica depresión postvacacional. Katrina arrasa en Nueva Orleans. Luisiana parece Bangla Desh. Y la Superpotencia es incapaz de manejar la situación. Será por falta de medios. Claro que está gastando un dineral en Irak. Donde tampoco controla mucho las cosas. Claro, que ahora los iraquíes son libres. Y la gasolina se vé que va bajando de precio...