23 noviembre 2005

Otras cosas de Japón



Los inodoros: Los hay "western style" y "japanese style". Siempre higiénicamente limpios. Los japoneses son tipo letrinas de la mili pero en plan lujoso. Los occidentales, el común WC pero más tecnológico: Tienen una serie de botones: uno te pone la tabla calentita, otro te riega con un chorrito de agua templada la zona anal, y el último igual pero con especial atención para las niñas y sus cosas.

Un mercado mayorista de pescado en Tokio: Experiencia salvaje, muy recomendada por la Rough Guide. Como Mercamadrid pero sólo de pescado y a lo bestia. A primera hora de la mañana, ya se han celebrado las subastas pero sigue el ajetreo de carga y descarga. Llegar hasta los resbaladizos callejones entre una horda de carretillas elevadoras descontroladas es ya jugarte el tipo. Una vez dentro, te sientes bastante incómodo entre la barahunda de trabajadores y clientes. Si lo superas, el espectáculo es magnífico: Atunes mutantes, langostas radiactivas, calamares monstruosos, mejillones del tamaño de una caja de zapatos. Godzilla se alimenta aquí.
Descalzos en el parqué: Cada vez que entras a determinados sitios (templos, casas antiguas, museos, algunos restaurantes) te tienes que descalzar. A veces te ofrecen zapatillas –tamaño estándar, talla 37. Yo calzo un 46. Lo que significa que hago las visitas descalzo en pleno mes de noviembre y con los suelos helados. Al segundo día llevaba un resfriado que ríete tu de la gripe aviar. ¡Con el agravante de que sonarse la nariz en público está muy mal visto!
Rezar en el templo: Llegas comiendo galletas de arroz (con sabor a salsa de soja, a algas, a wasabi...) y te purificas en la fuente. Compras una barrita de incienso y la quemas en el sahumerio. Te atufas bien con el humo del incienso, para ahuyentar los malos espíritus. Te diriges a un altar donde no hay dioses propiamente dichos, sólo cosas (un jarrón, un adorno de bronce) en donde pueden habitar los dioses. Das unas palmaditas (o tocas la campana) para llamar la atención de la deidad elegida, juntas las manos en una breve oración y formulas tu deseo. Ya está. Antes de irte, puedes comprar un amuleto para aprobar un examen de física o una caja de tus galletas de arroz favoritas.

19 noviembre 2005

Japón (II)



Los japoneses: bajitos, pulcros, ceremoniosos, serviciales, sonrientes. A veces no tan bajitos. A veces gritones, agresivos. Si te pones por medio en su camino, te empujan sin cortarse un pelo. El trato con el (bárbaro) occidental es correctísimo: Te ayudan en lo que pueden, apenas saben inglés pero hacen esfuerzos para entenderte. Te miran y se descojonan: No sé porqué pero les hacemos mucha gracia. En el metro, se sientan y se quedan automáticamente fritos. Los que no, van jugando con cositas electrónicas o leyendo manga. Todos los escolares llevan uniforme. Los chicos, de azul marino hasta el cuello con botones dorados y zapatillas deportivas blancas, las chicas de marineritas. Algunas colegialas muy desarrolladas llevan minifaldas imposibles, un estilo manga provocativo que seguro que aumenta las estadísticas de violaciones. Para leer y escribir, utilizan dos alfabetos silábicos propios, diferentes según la ocasión, y unos 4.000 ideogramas chinos (kenjis). Además del alfabeto occidental. En estas condiciones, necesariamente piensan de otro modo.

Kioto: La antigua capital imperial hasta la revolución Meiji de 1867. Menos machacada que Tokio por los bombardeos de la segunda guerra mundial, conserva palacios magníficos, templos suntuosos, jardines que te dejan con la boca abierta y babeando. Sigue existiendo un barrio antiguo, Gion, famoso por sus escuelas y casas de geishas, aunque sospecho que las dos o tres que se dejan ver por la calle son meros reclamos de la oficina de turismo local. También hay rickshaws, carruajes tirados por hombres (aquí, entre nosotros, jóvenes bastante macizorros) y, sorprendentemente, tienen clientes locales (yo creía al principio que eran para los guiris, como las calesas en Sevilla).

15 noviembre 2005

Japón (I)




Tokio: Ocupa un área como de Toledo a Guadalajara. Autopistas elevadas de peaje en el centro de la ciudad. Suburbios interminables. Rascacielos antisísmicos, templos y pabellones de té. Colegialas perversas y mucho, mucho manga. Ochocientas líneas de metro, de distintas compañías, trenes robotizados sin conductor. Horror al silencio: omnipresente sinfonía de ruiditos, musiquillas electrónicas, voces grabadas. Pantallas gigantes anunciando grupos pop, ropa deportiva. En Ginza, Dior o Chanel son edificios de diez plantas. Miriadas de ejecutivos en traje oscuro, ellas de Armani y con portafolios. En Shibuya, los más modernos: todos teñidos en tonos caoba, con flequillitos y vestidos para matar. Restaurantes tradicionales con farolillos en la puerta. Restaurantes con comida de plástico en el escaparate. En los mercados, se venden cosas increíbles, indefinibles: verduras de Marte, pescados de Plutón. El arte de tomar una sopa de fideos con palillos. Riquísimas tempuras, deliciosos sushi. Gengibre. Pulpo seco. Quisquillas. Helados de té verde, de judías pintas, gelatina de café.

Nikko, Kamakura, Monte Fuji, Hakone: Las excursiones más típicas. Montañas, volcanes, lagos, grandes bosques de hoja caduca. Toda la gama de colores del otoño, del verde intenso de los cedros al rojo de los arces, al morado de los ciruelos. Templos como centros comerciales, como parques de atracciones. Un sentido muy práctico de la religión, una religión utilitaria. Se paga un estipendio y se pide una gracia al dios de la ocasión: para aprobar un examen, para encontrar un amor. Se celebran las bodas por el rito sintoísta –más alegre-, los funerales por el budista –más serio. Dioses y profetas muy distintos conviven en el mismo espacio del templo.

14 noviembre 2005

Yasstoyaquí


Pues ya hemos vuelto, con mucho cansancio y mucho desfase horario, pero mu contentos porque ha sido uno de los mejores viajes. Ya contaré algo, mientras tanto podeís ver fotos en :