05 marzo 2006

Acción / Reacción


El 28 de junio de 1914 un estudiante nacionalista serbio, Gavrilo Princip, asesinó en Sarajevo al archiduque Francisco Fernando de Austria. El Imperio Austrohúngaro declaró la guerra a Serbia. Rusia declaró la guerra a Austria-Hungría. Alemania declaró la guerra a Rusia. Francia e Inglaterra declararon la guerra a Alemania y a Austria. Y se armó la Primera Guerra Mundial, una absurda carnicería. Rusia iba perdiendo y había hambre y miseria y se rebelaron los soldados y los soviets tomaron el poder, un poder que marcó a fuego el mapa de media Europa durante setenta años. Alemania ganaba en el este pero también sufría hambre y miseria y en el frente occidental las cosas estaban igualadas, sobre todo después de la entrada en juego de los americanos. Hubo una revolución y abdicó el Kaiser y se firmó el armisticio. El posterior tratado de Versalles deshacía en pedazos el imperio de los Habsburgo e imponía a los alemanes condiciones económicas leoninas. A consecuencia de estas imposiciones, al comenzar la década de los treinta Alemania sufría una terrible recesión. Hiperinflación, paro, miseria, hambre. Fueron el caldo de cultivo de una nueva idea: El Nacional-Socialismo. Creada a su medida por la oligarquía industrial alemana para luchar contra el peligro comunista a partir de cuatro chorradas defendidas por un grupo de pirados. Parecía un éxito. Al principio. Pero los nazis no supieron controlarse: Quisieron conquistar el mundo. Y casi lo consiguen, pero no. Perdieron, después de haber exterminado a millones de judios, gitanos, homosexuales, comunistas y personas en general. Europa quedó arrasada. Los americanos tiraron sus bombas sobre Japón e impusieron su hegemonía mundial, pero muy pronto también los rusos tuvieron su propia bomba y pasaron a ser el Enemigo. Los hebreos de todo el mundo, horrorizados por las crónicas del Holocausto, exigían una reparación: Establecer su Estado de Israel en el solar histórico y mitológico de su libro sagrado. Europa no se lo podía ya impedir. América no quería. Así que llegaron a Palestina y empezaron a poner bombas a los británicos, para que se fueran de allí. Pero los británicos sólo eran administradores coloniales de un protectorado habitado principalmente por árabes. Que veían como unos recién llegados pretendían dominar la tierra que había sido su hogar desde el siglo VII. Así que los árabes pusieron bombas a los judíos y los judíos a los árabes. La recién creada ONU dividió el país en dos estados y nadie quedó contento y los británicos se fueron y estalló la guerra. Pasaron los años. Europa se recuperó y hubo aquí paz y abundancia. El poder de las dos grandes potencias se compensaba. Israel fue afirmando su existencia sobre la negación de Palestina. El mundo islámico, sentado sobre un barril de petróleo, quedó empantanado entre la corrupción de sus élites y la frustración y la miseria de las masas. La miseria condujo a la ignorancia y a la desesperación, la desesperación trajo el fanatismo. En 1979, un clérigo chiita con ojos de demente derrocó al Sha de Persia, que había sido durante décadas el gendarme de los americanos en la zona y el garante de la permanencia de Israel. Los americanos quedaron escaldados, pero pronto aprendieron la lección: Crearon dos monstruos: Uno se llamaba Sadam Husseín y estaba destinado a acabar con los ayatolás en Irán. Otro, Osama Bin Laden y serviría para expulsar a los rusos (el Enemigo) de Afganistán. Sadam no pudo ganar su guerra contra los persas, a pesar de toda la ayuda que Occidente le prestó, así que exterminó a unos miles de kurdos y no pasó nada. Después, se le ocurrió invadir Kuwait, un recuerdo medieval dejado a su aire por el Imperio Británico para mayor gloria de Alá y de la British Petroleum. Entonces si que se armó la gorda, porque ahí se tocaban intereses de las grandes petroleras. El presidente Bush I organizó una enorme operación militar. Para ello se establecieron tropas occidentales, cristianas, en Arabia Saudí, patria de Bin Laden y del integrismo wahabita. La Coalición Internacional expulsó a Sadam Husseín de Kuwait y todos se alegraron y las petroleras ganaron mucho dinero, pero Bin Laden se enfadó muchísimo porque unos cristianos armados mancillaban las tierras sagradas del Profeta, así que se le ocurrió dirigir contra los occidentales la misma campaña que había liderado frente a los rusos y creó Al Qaeda y el 11 de septiembre de 2001 unos aviones secuestrados chocaron contra las Twin Towers y el Pentágono. Nueva York y el Mundo dijeron "¡Qué horror!" y "todos somos neoyorquinos", pero muchos árabes y musulmanes y parias y fanáticos del mundo entero se alegraron en su fuero interno. Era la Venganza. La CNN sacó en directo a unos chavalillos palestinos que bailaban celebrando la Venganza y Occidente lo tuvo claro. Esos palestinos eran terroristas (como casi todos los moros). Para ganar la Guerra contra el Terrorismo, el presidente Bush II y sus amigos sacaron adelante la Patriot Act y aterrorizaron a la gente y llenaron de mentiras los medios de comunicación e invadieron Afganistán para encontrar a Bin Laden, pero no le encontraron, porque probablemente estaba escondido en algún lugar de las montañas entre Afganistán y Pakistán. Pakistán era un país amigo, gobernado por un general que había dado un golpe de estado para actuar como gendarme de los americanos en la zona, desarrollar el arma nuclear y servir de contrapeso a otra potencia nuclear: India. Todo parecía volver a la calma hasta que al presidente Bush II se le ocurrió una gran idea: Invadir Irak y acabar con el antiguo amigo Sadam y quedarse con ricas concesiones petrolíferas. Negocio redondo, porque así dispondría de otro país amigo en la zona: Siria y Líbano caerían como fruta madura y los palestinos –esos terroristas- tendrían que aceptar agradecidos su eterno sometimiento al estado de Israel. Quedaron en las islas Azores Bush II, Tony y José María, y la Coalición de los Valientes invadió Mesopotamia en contra de todas las leyes internacionales y del sentido común.

Tres años después, Irak es un avispero donde mueren todos los días decenas de personas y existe un des-gobierno democráticamente elegido con mayoría de chiitas pro-iraníes. Irán está en manos del gobierno más extremista posible y amenaza con tener su propia bomba atómica. El régimen sirio no ha caído y Líbano se desliza peligrosamente hacia un enfrentamiento que se creía olvidado. Hartos de sobrevivir en circunstancias que recuerdan al gueto de Varsovia, los palestinos han elegido ser conducidos por el grupo terrorista Hamás. Los talibanes siguen controlando amplias zonas de Afganistán, particularmente las fronterizas con Pakistán, esa potencia atómica en donde el gobierno acaba de prohibir las manifestaciones porque está empezando a perder el control de las calles frente a fanáticos religiosos que muestran su furia por la publicación en un periódico danés de unos chistecitos de moros.
Y todo porque Gavrilo apretó el gatillo.

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