05 marzo 2006

Verdades que matan, mentiras que salvan vidas.


Cuando yo era aún un enano sin conocimiento ni uso de razón, mi tía Maruja me enseñó mi primera lección práctica de la vida: "A veces hay que decir mentirijillas". Desde entonces he tenido siempre muy en cuenta su recomendación y he procurado hacer compatible una cierta sinceridad en mis comportamientos con la discreta ocultación de una parte de mi vida a las personas que podían herirme o ser heridas por el conocimiento de la verdad.

Viene ésto a cuento de que estoy enganchadísimo a la serie de televisión "Queer as Folk" (en realidad hay dos series, la original inglesa y su extensa secuela americana, próximamente en las madrugadas del canal Cuatro). A pesar del lema que preside la película, "no excuses, no regrets", observo una constante y luterana preocupación de los guionistas por el problema de la sinceridad y de las "salidas de armario". Rollo: "Brian, debes decírselo a tu padre, porqué si no se morirá de cáncer sin saber quién eres tu en realidad". Es algo que no comparto en absoluto.

Una cosa son las innecesarias y gratuitas mentiras del marica acomplejado que pretende esconderse bajo una reputación de macho hétero. Eso es chungo, porque lleva a la neurosis más tremenda y porque puede suponer la ruina de las vidas de otras personas implicadas en ese juego. Pero tampoco tiene uno porqué restregar los sórdidos (o poéticos) detalles de su vida sexual por las narices de parientes, vecinos y compañeros de trabajo. Hay algo que se llama vida íntima y que es eso: íntima.

Mi consejo es ser discreto y sincero a la vez: No vayas nunca de lo que no eres. Si te preguntan, dí la verdad. Y si no, cállate. Hay mucha gente que te quiere y que prefiere no saber.

Por cierto, al final, el cabronazo de Brian se lo cuenta a su padre.

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