13 septiembre 2006

Cinco años (nada menos).

El once de septiembre de 2001 yo estaba trabajando en la quinta planta del edificio del banco en Canalejas. Estábamos sólo María José y yo –los dos pringadillos de siempre. Entró uno de los chicos del Servicio de Estudios, medio de broma: “que ha chocado una avioneta contra las Torres Gemelas de Nueva York”. Intenté buscar información, primero en internet, luego en nuestro terminal de noticias de Bloomberg. Nada. Todo estaba bloqueado. María José se fue a cotillear al departamento de Prensa, allí tenían televisión. Y vió en directo el segundo avión chocando contra la segunda torre. Y otro avión había chocado contra el Pentágono, y había más aviones volando que amenazaban con lo peor. Como todo el mundo estaba pendiente de estos sucesos, cerramos el puesto muy pronto y volví a casa a tiempo de ver como se derrumbaban las torres. Parecía el fin del mundo. The end of the world as we know it.


Y no. Pero algunas cosas han cambiado. Los estados han reforzado la discrecionalidad de su poder amparados en el concepto “seguridad”. Y los ciudadanos nos sentimos cada día más inseguros. Los medios de comunicación nos asustan con terribles amenazas: Terroristas con armas de destrucción masiva, ántrax, gripe aviar. Acojona, ¿eh?. Y al mismo tiempo el capital fluye libremente. Business as usual. Transacciones transnacionales sin límites. Las personas no. Tomar un avión, cruzar una frontera, entrar a un edificio: todo se vuelve complicado, tienes que dejar en la puerta tus objetos metálicos o electrónicos, el cinturón, las llaves, quitarte los zapatos. Pasar por el aro, las Horcas Caudinas. Y las mentiras: Hemos escuchado tantas mentiras, tanta inflada información a medias, que nunca más podremos creer.


Así que el pasado fin de semana nos fuimos a Londres. Por si se acababa pronto el mundo y me quedaba sin ver la Tate Modern.

No hay comentarios: