18 noviembre 2006

China – Diario de viaje – Lijiang


01/11/2006

El aeropuerto de HK, otra obra de Norman Foster, es el no va más de lo moderno, todo lleno de tiendas carísimas de supermarcas. Gastamos nuestro últimos HK dollars en sopa de aletas de tiburón (instantánea) y varios tarros de pomada del tigre. Vamos a volar hasta la ciudad de Lijiang (en la provincia de Yunnan) haciendo un transbordo en Kunming, capital de esa provincia. El primero de los vuelos resulta cómodo, nos dan un almuerzo a base de cerdo agridulce y sólo dura unas dos horas. El aeropuerto de Kunming resulta mucho más grande de lo pensado: al fin y al cabo, siendo tan sólo la capital de una provincia perdida en el mapa, Kunming tiene cerca de cinco millones de habitantes. Todo es muy moderno, pero hay fruterías en medio de la sala de facturación. También hay botones uniformados (parecen el botones Sacarino) para atender a los viajeros “business class”. Alfonso sale un momento a la calle para cambiar nuestros euros por yuanes y vuelve impresionado: en la sucursal del Bank of China, los clientes tienen a su disposición un botoncito para evaluar al empleado de la ventanilla. Según la puntuación obtenida, los ventanilleros muestran un registro de entre cero y cinco estrellitas. Humillante. La espera en el aeropuerto se hace eterna, porque la megafonía repite sin descanso una tonadilla bilingüe (ladys and gentlemen, may I have your attention, pleeeease??) con la información de todos los vuelos. A la media hora se hace insoportable. Por fin embarcamos y el vuelo a Lijiang resulta muy corto, cuarenta minutos. Al llegar al pequeño aeropuerto recogemos nuestros maletones e intentamos coger un taxi. Llevamos el nombre del hotel escrito en chino en un papel. Se lo enseñamos al primer taxista y se mea de risa. Se forma un corrillo y todos dan su opinión (en chino). Cuando ya pensamos que alguien nos ha gastado una bromita, aparece uno que domina la lengua de Shakespeare: parece ser que el hotel está en el mismo centro de la ciudad antigua, patrimonio de la Humanidad de la Unesco y donde no se permite la circulación motorizada. Pedimos entonces al taxista que nos deje en el punto de acceso más cercano al hotel. Nos deja en un callejón oscuro en las afueras de la ciudad vieja. Acojona un poco, pero después de andar unos metros, nos damos cuenta de que el sitio es muy turístico, se van viendo luces y tiendas. Enseguida encontramos el hotel, un ensueño de lujo oriental. La señorita de recepción va ataviada con el traje típico regional. Luego me entero de que la ciudad es el centro de la cultura naxi (pronúnciese naji), propia de una de las minorías étnicas más curiosas de China. La habitación es el colmo del lujo hortera y ofrece –a precios económicos- todo tipo de extras semisexuales: masajes de diversos tipos, condones, toallitas germicidas, sales de baño vigorizantes... Nos llegamos a preguntar si no nos hemos metido en un puticlú. Salimos a dar un paseo: Hace frío, está todo lleno de turistas chinos y hay miles de tiendas de artesanía, productos típicos, casas de té. Vemos varias tiendas que venden cecina y embutidos de yak. Cenamos en un restaurante de cocina tradicional naxi: Una cosa parecida a la empanada gallega que el menú en inglés describe como “orthodox traditional cake”, y otro plato supertípico de allí que resulta ser un cocido madrileño, con su caldo de jamón y gallína, pero sin garbanzos y servido en un recipiente de bambú. Peculiar. Con dos cervezas Tsing Tao (si pronuncias Chingao te entienden perfectamente) de medio litro cada una, total 9 euros.

02/11/2006

Desayuno en el hotel: muchas cosas en el buffet, pero poco apetecibles. Tomo pan con mantequilla y un café. En la calle hace bastante frío a pesar del sol. Andamos saliendo de la ciudad vieja hasta el parque del estanque del Dragón Negro, unos jardines espectaculares con pabellones de recreo que pertenecieron a la familia Mu, tradicionales gobernadores de la provincia en la época imperial. A nuestra izquierda, un riachuelo cantarín; A la derecha, jardines y algunas construcciones auxiliares. Vemos lo que parece un templo con un gran cartel anunciando una exposición de arte étnico. Entramos y somos inmediatamente atacados por una señorita de los Coros y Danzas de la Sección Femenina. Nos enseña unos jarrones y nos sube al piso de arriba. Allí nos esperan un señor mayor y un jovencito ataviados ambos dos con el traje regional. Nos intentan colocar el sombrero típico, pero como no somos Benedicto XVI, no nos dejamos. Entonces nos explican una milenaria tradición del lugar: Tenemos que poner nuestros nombres en sendas casillas de un voluminoso cuaderno –lleno de nombres de turistas. Debajo, tenemos que escribir un deseo, una petición a los dioses Dongba. Y debajo, el dinero que ofrecemos a los dioses para que nos concedan ese deseo. Después de que paguemos, el señor mayor grabará nuestros nombres y deseos en sendos candados que encadenaremos a la verja del templo. Allí permanecerán eternamente. O sea, que nos han pillao. Primero intentamos escribir los dos nombres en una misma casilla. Nos dicen que no vale, los dioses no aceptan el 2x1. Entonces, vemos lo que han puesto los viajeros anteriores en la casilla del dinero: De 300 euros no baja ninguno. Alucinamos. Acabamos poniendo 10 euros cada uno, lo que es un pastón por comprar un vulgar candado. No quedan muy satisfechos, pero dejan de dar grititos y nos dan los candados con sus nombres. Los colocamos en la verja. Allí estarán, digo yo, contribuyendo al renacimiento de la cultura Naxi. Seguimos con la visita: El parque es precioso, con un gran estanque en el centro rodeado de jardines y pabellones que se reflejan en el agua. Al fondo, las estribaciones del Himalaya y la Montaña de Jade, un coloso de cumbres nevadas. Completa la visita un pequeño museo sobre las peculiaridades de los naxi. Son una etnia diferente de los Han (los chinos propiamente dichos), y están emparentados con los tibetanos. Mantienen un sistema de escritura propio, con ideogramas muy divertidos. Volvemos cansados a la ciudad vieja y comemos una pizza en un restaurante hippie. Ya recuperados, visitamos la (lujosa) mansión y los (frondosos) jardines de la mencionada familia Mu en el centro. Terminamos con una vista (panorámica) de la ciudad al anochecer desde la torre Wang Gu Lou en el parque de la colina. Merienda en un Kentucky Fried Chicken y acabamos el día con un interesante concierto de música naxi en un teatrillo de la calle principal (vídeo en el youtube de abajo).


musica naxi


03/11/2006

Hemos concertado con la Comisaria Política del hotel (gerente) los servicios de un taxi que, por 40 euros, nos lleva hoy de excursión a varios monumentos situados en las cercanías de Lijiang y mañana al aeropuerto. Nos recoge en un parking a la salida de la ciudad vieja y salimos por amplias avenidas, primero llenas de grandes edificios comerciales, más tarde rodeadas de colonias de chalets. Después, el campo. El día es soleado y el paisaje bonito, un fértil valle con montañas al fondo. Pueblecitos agrícolas. Alfonso dice que le recuerda a Candeleda, pueblo de Avila –cerca de Gredos- donde vivió una tía suya monja. Le doy la razón: naxis y abulenses deberían estar hermanados ante la similitud de sus habitats naturales. Visitamos primero la casa de campo de la familia Mu cerca de la aldea de Baisha, donde se conservan unos frescos budistas de indudable valor, pero muy degradados y difíciles de interpretar para quienes no estamos versados en la materia. Es como si a un chino le enseñas los frescos de una capilla románica: no se enteraría de la misa la media. En nuestra siguiente parada, visitamos el parque temático Dongba, combinación de un moderno monumento muy monumental y bastante horroroso, con la reproducción más o menos fiel de un típico poblado naxi. En las cabañas del poblado hay extras que interpretan las típicas labores milenarias de su etnia. En una de las casas intentan hacernos participar en el simulacro de una típica boda naxi. Escapamos por poco y, al salir del parque, cuatro viejas desdentadas nos cantan una milenaria canción de despedida y eterno agradecimiento. Nuestro taxi deja el valle y va ascendiendo poco a poco por las laderas de un monte. Nueva parada: Monasterio de Yufeng, un centro de budismo tántrico tibetano. Es una lamasería bastante cuca, parece sacada de alguna historieta de Tintín, con sus campanuelas giratorias y sus imágenes de dioses aterradores. Volvemos al taxi y tras un corto desplazamiento, paramos en otro parque temático de los naxi, el “Jade Water Village”. La entrada es terrorífica, con una estatua dorada y tremenda de algo que parece el primo de Drácula. Pero el sitio es interesante: En primer lugar, por su situación, colgado en la montaña entre un arroyo que baja en cascadas artificiales y bosques de coníferas. Además, parece ser de verdad un centro de cierta importancia para ellos, porque en el templo que corona el complejo se celebran anualmente ciertas ceremonias rituales de socialización de la etnia milenaria. Taxi a nuestra última visita del día. Según el programa facilitado por nuestra Comisaria, nos toca ahora visitar la casa del Dr. Louck. Alfonso se ha leído la guia a medias (yo ni éso) y se produce una confusión. Sucede que existe en la zona un tal Dr. Ho, famosísimo médico o curandero tradicional chino, cuyas recetas a base de infusiones tienen fervientes admiradores en todo el mundo. Entonces, pensamos que es a este señor al que vamos a visitar. Yo, muy digno, digo que me niego en rotundo a pasar por el aro y hacer el paripé de “¡uy, que místico y que espiritual me siento tomando las hierbas del Dr. Ho!”. Llegamos al lugar acompañados del taxista. Yo, a la defensiva todo el rato, y viendo como de un momento a otro nos van a dar un sablazo como el del candado. Alfonso, en el fondo, ansioso de encontrarse con el anciano sabio oriental. Entonces nos hacen pasar al interior y... ¡es una casa-museo!. Pues hemos confundido al Dr. Ho con el Dr. Rock, Joseph Francis Charles Rock, botánico austro-americano que vivió en Lijiang en los años 20, publicando sus fotografías y estudios sobre los naxi en el National Geographic. Después del chasco, volvemos a Lijiang, donde comemos unos arroces con curry muy buenos en una agradable terraza. Despues de una pequeña siesta, repetimos la visita al estanque del Dragón Negro para ver el atardecer en el incomparable marco. Paseamos de vuelta atravesando la ciudad moderna, con estatua gigante de Mao y muchas tiendas de chandals. Cenamos en el casco viejo, en una pizzería sino-italiana, con música de Cesaria Evora y de Franco Battiato: “Gesuiti euclidei vestiti come dei bonzi per entrare a corte degli imperatori della dinastia dei Ming”. Es verídico, en el siglo XVII varios jesuítas alemanes –especializados en astronomía y matemáticas- tuvieron que disfrazarse de monjes budistas para ser recibidos en la Ciudad Prohibida. Tuvieron éxito, se hicieron consejeros del emperador y reformaron el calendario chino.

3 comentarios:

eduardo dijo...

Hola Soy Eduardo. he encontrado muy interesante tu blogg. pero ahora te escribo para una consulta técnica por si me puedes ayudar. ¿Como te subes los videos al blogg?. gracias y un saludo.

Alfredo dijo...

Bienvenido, Eduardo. Te contesto en tu página. Es muy fácil, (hasta yo lo he sabido hacer).

jm dijo...

morro (muero) de envidia