07 diciembre 2006

Camarero... ¡Hay polonio 210 en mi sopa!

Durante la tediosa espera aeroportuaria que precedió a nuestro embarque en Pekín, ya de regreso a la patria añorada, me entretuve gastando mis últimos yuanes en el suntuoso duty free de los amarillos. Después de descartar souvenirs olímpicos (demasiado horteras), sino-frutas de Aragón (demasiado voluminosas), licores de arroz (demasiado pesados) y bufandas de Burberry (demasiado pijas), me decidí por un frasquito de “Aqua di Gió”, la típica chorrada que no necesito pero que no abulta en la mochila, no pesa y, por una suma razonable de dinero local sin cotización en España, me puede hacer sentir lujoso, moderno y sofisticado, siquiera unos minutos.

Con mi frasco en la mochililla embarqué en el vuelo de Air France. Durante once horas sobrevolamos desiertos y estepas, los bosques de Siberia, los gélidos mares del Norte. Cansados -pero contentos- aterrizamos en París y me dispuse a besar el suelo de mi Europa del alma y de mi corazón. Pues bien, a partir de entonces, tuvimos que pasar un calvario de registros, cacheos y controles de seguridad interminables hasta subir al vuelo de Madrid. Potentes y modernos equipos electrónicos nos husmearon. Casi se me caen los pantalones por tener que prescindir del cinturón y de las botas simultáneamente. Y cuando los gendarmes descubrieron el perfume –debidamente precintado en origen- dentro de mi equipaje de mano, creí que me podía despedir de él, dadas las nuevas normas de seguridad aérea. Para mi sorpresa, lo observaron con atención, casi con un poquito de asco; Lo introdujeron en una bolsita de plástico transparente. Me dijeron que lo llevara en la mano. Y adiós, muy buenas. Ojiplático y patidifuso me quedé, pensando en la carísima inutilidad de todo el montaje: Primero, porque si yo hubiese sido terrorista y el agua de Giorgio explosiva, hubiera tenido ya la oportunidad de hacer estallar el avión en el que llegué sobre, no sé, ¿la Tour Eiffel, por ejemplo?. Segundo, porque si yo siguiese siendo un peligroso fanático suicida y el líquido armaniano una bomba en esencia, ¿impediría la bolsa de plástico una estupenda detonación durante el próximo vuelo?.

Unas semanas después, alguien asesina a un emigrado ruso en Londres, suministrándole una ración letal de polonio 210 en un plato de sushi. El exsoviético fallece una semana después de la ingesta, entre terribles estertores y levantando su dedo acusador contra el presidente Putin. Sofisticado asesinato, más propio de Fu-Manchú que del Dr. No. Tonta manera de matar, porque, vamos a ver: ¿Compensa la efectividad del polonio a la hora de procurar una tremenda agonía al enemigo, con lo carísimo que sale, lo complicado de su utilización y lo escandaloso de su rastro?. ¿No hubiese sido más fácil, rápido y barato el uso de un raticida de los de andar por casa o –ya que estaban en el país de Agatha Christie- el clásico y fiable arsénico? Y así, en plan bestia KGB, un balazo a la cabeza en cualquier esquina, un atropello como quien no quiere la cosa, un hacerlo caer desde un décimo piso... Se me ocurren tantas formas seguras de exterminar al exespía traidor... Pero en fin, a lo que vamos: Inmediatamente después del óbito, se arma un jaleo tremendo en los medios de comunicación, surgen todo tipo de teorías conspirativas y ya tenemos a los sabuesos de Scotland Yard rastreando polonio por media Europa, aviones incluídos. No me cabe ninguna duda: el siguiente paso será una directiva comunitaria recomendando la instalación de potentes contadores geiger en aeronaves, aeropuertos, estadios de fútbol y restaurantes de sushi.

Porque estoy convencido de que existe una conspiración detrás de sucesos como el comentado. No se lo digan a nadie, pero sé quien son los verdaderos asesinos. No hay más que buscar al personaje más favorecido por el crimen: Las mil y una compañías de seguridad privada que florecen al calor de esa cierta inseguridad mediática tan en boga en nuestros tiempos. Los que consiguen millonarias contratas y subcontratas al amparo de normas y disposiciones oficiales, normas dictadas por y para una opinión pública cada día más temerosa y manipulada.



2 comentarios:

garfielz dijo...

Al final los controles de seguridad terminan siendo mas molestos que efectivos.
Si fueses un espia que, con la excusa de ir de viaje a China, hubieses estado en Corea del Norte comprando unos cuantos gramos de polonio (no mas porque es bastante caro) y lo hubieses traido a España disueltos en una botellita de Aqua de Gio nadie te habria detenido. Menos mal que no eres un espia. (no lo eres ¿verdad?)

Alfredo dijo...

Soy un peligroso agente a sueldo de Pyongyang, pero no lo comentes, Garfielz, porfa...