17 septiembre 2007

Yo ya ni sé lo que hice el último verano.

Largos paseos por Madrid: Latina, Huertas, Conde Duque y Noviciado. Unas cervezas en el Dos de Mayo. Las exposiciones de Patinir (Prado) y Van Gogh (Von Titen). El edificio de Moneo para la ampliación del Prado. Los Jerónimos. Unos barros de negra en Santa Bárbara.

Dos libros: 1) “La Gran Guerra por la Civilización”, de Robert Fisk. Un ladrillo de 1500 páginas, pero imprescindible para darse cuenta de que en la historia de Oriente Medio no hay buenos y malos. Sólo malos y víctimas de los malos. 2) “El Mundo de Ayer. Memorias de un europeo”, de Stefan Zweig. De cómo Europa se lanzó alegremente a su autodestrucción por un quítame allá esas banderas. De cómo un escritor de éxito se queda sin patria, inconsciente de pertenecer a una etnia maldita, por aborrecer de los patriotas de cartón-piedra, los pirómanos de libros. Unos vinos en La Parrala (C/ Humilladero).

Un par de películas veraniegas: 1) Planet Terror (Robert Rodríguez). Una sobredosis de vísceras que libera adrenalina y carcajadas. Impagable Rose McGowan en su papel de Lupita PataPalo. 2) El Ultimatum Bourne. Absurda, pero entretenida. Sale un Madrid muy raro en el que llamas al 112 y te contesta enseguida una “operadora” que envía rápidamente a la policía (es una fantasía, claro). Unas cañas en el Tomates Verdes Fritos (C/ Sta. Isabel).

Muchas pelis bajadas con el burrito. Cosas en torno a Jack el Destripador. Varias versiones de Drácula/Nosferatu. Casi todo lo de Deepa Mehta. Bollywood. Pollo Tika Masala y unas Cobra, unas Kingfisher en las terrazas de los innumerables restaurantes indios de Lavapiés (un descubrimiento, exotismo a su alcance, señoras y caballeros).

Compras en la Fnac: Todo Twin Peaks. El agente especial Cooper y las tartas de cerezas, Laura Palmer y el enano y la Dama del Leño. Unas tapas de diseño –bien regadas- en la plaza de Chamberí, con unos amigos que volvían de Perú.

Un fin de semana en Dublín, alojados en el mismísimo Trinity College. Libros medievales, protestantes y catolicos. Lluvia y Guinness. Una excursión a Fuentidueña del Tajo, para ver la atávica procesión nocturna de la Virgen de la Alarilla, en barca por el río. Mahous y tortilla de patata.

Mucho, mucho trabajo. Mucho café.


02 septiembre 2007

Oriente Medio - Diario de viaje (y 15)

Viernes 22 de junio. Nos despertamos bastante tarde, resacosos. Desayuno bufé con abundante bollería. En coche a Jerash o Jerasa o Gerasa por una autopista buena a veces, a veces no. Pasamos por las afueras de Ammán, un conglomerado urbano bastante horroroso: Feas construcciones modernas y caos urbanístico generalizado, pero no la clásica miseria del tercer mundo. A destacar la influencia de Bizancio en la reciente arquitectura popular jordana, una rara mezcla de Constantinopla con el Estilo Internacional. Llegamos a Jerasa, aparcamos y sacamos tickets para visitar la antigua ciudad helenística y romana.

Las ruinas son impresionantes, por la calidad y dimensión de teatros y templos (especialmente los de Zeus y Artemisa). Una plaza oval, rodeada de columnas, nos recuerda inevitablemente a Bernini y el Vaticano. Cardo y Decumano porticados, un increíble ninfeo... El circo ha sido reconstruido y –bajo la dirección de una firma norteamericana muy en plan showbusiness- organiza luchas de gladiadores y carreras de cuádrigas, todo interpretado por soldados del ejército jordano (recomendable para fetichistas del “peplum”).

Cuando entramos en uno de los dos teatros nos sorprende una música totalmente inesperada: El Himno a la Alegría, interpretado por una banda de soldados gaiteros. Jordania es, al fin y al cabo, un invento británico y como tal, imita las costumbres del Imperio, aunque creo que lo de Ludwig Van es una concesión a la Unión Europea. Jordania, patria querida. Unas pepsis en la cafetería del recinto y nos volvemos al hotel. Comida en el bufé, de nuevo un surtido de especialidades suizas y del próximo oriente. Hummus y Emmental. Siesta.

A partir de las seis de la tarde el sol empieza a perder su agresividad y entonces se puede salir a su encuentro. Piscina y luego un rato largo en la playa del Mar Muerto, flotando y frotando. Nos cubrimos de barro negruzco y lo vamos dejando secar al sol. Escuece. Nos duchamos bien y entramos al spa. Que no sé por qué a todo el mundo le da por llamarlo spa, si es un balneario. Piscinas de varios tipos, con y sin burbujas. Agradable y terapeútico. Lo mejor son las piscinas panorámicas al aire libre, donde vemos el atardecer. Mas allá del Mar Muerto, el sol se pone por detrás de las montañas de Palestina.

Es el fin de las vacaciones. El alma se serena, despedida y cierre de la emisión.