03 octubre 2008

Diario de Indochina (II)

Jueves 11 de septiembre. Dormimos diez horas seguidas. Desayuno en el bufé del hotel. Como es de una cadena española, tienen tortilla de patatas, chorizo Revilla y aceite de oliva marca El Corte Inglés, te sientes como en casa. Mientras desayunamos cae una lluvia torrencial, pero dura sólo unos minutos y luego sale el sol.

Calor, contaminación y ruido mientras caminamos hasta el Templo de la Literatura (Văn Miếu), un antiguo templo confuciano que albergaba también una universidad; Un centro de estudios oficiales para abastecer de altos funcionarios al reino. Hay que mencionar aquí la tremenda importancia que el confucianismo –más una filosofía política y un conjunto de reglas de comportamiento que una religión- ha tenido y sigue teniendo en Vietnam. Aunque este país sea nominalmente comunista, lo que prevalece en la práctica es más bien la ancestral doctrina del Maestro Kong.

El Templo de la Literatura es un remanso de paz en medio del ajetreo urbano, un lugar muy agradable y bonito y, aunque sea en gran parte una reconstrucción, mucha gente sigue acudiendo aquí a elevar sus plegarias. En uno de los patios, más de ochenta estelas de piedra conmemoran sobre tortugas gigantes los nombres de los graduados de antaño. Cuidados jardines, estanques con lotos, frondosos árboles. En un momento dado, me siento en un banco a la sombra con una botella de agua. Sopla una brisa fresca. Es la Gloria.
A la salida tomamos un taxi para llegar al Museo de Historia. Nos hemos dado cuenta de que aquí sólo los guiris despistados andan por la calle. Las personas normales van en moto, coche, bici, lo que sea menos caminar. Y además, si no puedes luchar contra la marea motorizada... únete a ella!. Los precios de los taxis son ridículos, todos llevan taxímetro oficial y ni siquiera te dan un rodeo para llegar al sitio indicado.

El Museo Nacional de Historia Vietnamita está enclavado en el barrio colonial, en un imponente edificio pseudo-oriental que perteneció a la Escuela Francesa del Extremo Oriente. Rodeado de hermosos jardines con estelas y esculturas, alberga interesantes colecciones de arte vietnamita, desde restos hallados en yacimientos prehistóricos hasta reliquias de Ho Chi Minh y la guerra de independencia contra los franceses. Sorprende sin embargo comprobar como este último episodio apenas ha dejado huella en la historiografía oficial: A lo largo de la exposición, paneles y pinturas de estilo triunfalista nos muestran el verdadero y eterno enemigo: China.
A la salida comemos en el café-restaurante Diva (si, el nombre es muy gay y no hemos podido resistir la atracción de la pluma). En una antigua casa colonial reconvertida, con piano y ventiladores a la vieja usanza de las películas exóticas. Tomo unos filetes de lenguado sobre arroz y espinacas con salsa holandesa. Un café de postre y nos encaminamos al barrio antiguo.

El viejo Hanoi es un lugar especializado en el comercio de cualquier cosa que se pueda comprar y vender. Seda, joyas, electrónica, niños, órganos humanos para trasplantes diversos... A veces exagero, lo sé, pero es que esta gente a veces me da la impresión de que vendería a su madre si está a buen precio. Por otra parte, y a pesar del estrecho trazado de las calles, también aquí impera el ruidoso scooter. Entramos en una de las casas más antiguas (en el nº 87 de la calle Ma May), una especie de casa-museo que recomendaba visitar la revista de a bordo de Vietnam Airlines. Están celebrando algún tipo de fiesta infantil: la casa está llena de niños de colegio, algunos muy graciosos y simpáticos. Me dan ganas de ponerme a hacerles fotos, pero me contengo, no sea que me acusen de ser un poco Gary Glitter.
Luego nos enteramos de que la fiesta en cuestión es una de las más importantes celebraciones del año vietnamita: El festival de la Luna Llena de Otoño, algo intermedio entre Halloween y los Reyes Magos. Las casas se adornan con guirnaldas y farolillos, los niños se convierten en tiranos autócratas, reciben todo tipo de regalos y se hartan de dulces y golosinas. Teniendo en cuenta que casi el 30% de la población tiene menos de catorce años, se entiende que el país entero queda semi-paralizado durante estos días.

Salimos de la casa-museo y nos metemos por una calle con mercadillo que recuerda al Rastro madrileño, sólo que aquí la gente se mueve por entre los puestos... ¡En moto! Resulta un poco agobiante, así que pronto nos cansamos y nos volvemos al hotel en taxi.
Descansamos un par de horas. Cuando salimos de la habitación para ir al teatro de marionetas, nos topamos de bruces con dos mexicanos vestidos de mexicano. Surrealista. Nos explican –muy simpáticos- que son los chefs de la semana gastronómica azteca que organiza el hotel. El mundo es un pañuelo que ha encogido.

Camino del teatro pasamos por la zona de la catedral, paraíso de mochileros y españoles en busca de artesanía y gangas diversas. En casi todas las tiendas tienen camisetas con motivos típicos: Ho Chi Minh, la estrella de cinco puntas, etc... También se ven otras con la imagen de Tin Tin en un rickshaw y el título: "Tin Tin en Viet Nam". Falso de toda falsedad, el joven reportero belga nunca jamás estuvo en Indochina. Tomamos un sandwich en un café cualquiera y entramos al teatro de Marionetas sobre el Agua. En el vestíbulo hay una tele gigante de plasma y están poniendo “Apocalypto” -que no sé yo que tiene que ver con Vietnam ni con las marionetas, pero es un hecho y yo tengo que contar aquí la verdad verdadera, tal y como yo lo vi. Público mayoritariamente guiri.
El teatro es un edificio relativamente moderno, pero la distancia entre las filas de butacas esta adaptada a la estatura estándar de los vietnamitas (1,50 m) así que tengo que hacer virguerías con mis piernas para encajar en el asiento. El espectáculo es curioso pero no mata: La música es bonita y esta interpretada en directo por una orquestina. En cuanto a las marionetas, pues son vistosas y tal. Vuelta al hotel y a dormir.

1 comentario:

manuel_h dijo...

pues en Salamanca hay algún teatro adaptado también a la estatura de los vietnamitas