30 octubre 2008

Reinas

Esta mañana de octubre desquiciado nos hemos despertado con una noticia chocante. Noticia que ha producido una rápida reacción en mucha gente.

A mi todo ésto me huele a cuerno quemado. A maniobra de la Obra. La reina será todo lo conservadora que se quiera, pero tonta no es. Nunca ha sido indiscreta ni imprudente. Y menos en un tema que toca de lleno a su propia familia, prestándose al chiste fácil.

El comunicado de esta noche deja en evidencia a la autora del libro, creo.

22 octubre 2008

Diario de Indochina (IV)


Sábado 13 de septiembre. Nochecita vietnamita: Tormenta con gran aparato eléctrico e indigestión sin un almax a mano. A las seis de la mañana tomamos una frugal colación y nos llevan en lancha a la Cueva de la Sorpresa. A pesar del nombre, no hay grandes sorpresas en esa cueva: Como en las cuevas de Nerja, estalactitas y estalagmitas iluminadas con colorinchis y un guía que hace ver en cada roca un objeto determinado. La Virgen de Lourdes, Ho Chi Minh o la Sirenita. En este caso, la atracción estelar es una formación caliza en forma de falo. El guía se mea de risa y los australianos se ruborizan.

Lo que si merece la pena es el islote –o más bien conjunto de islotes formando un puerto natural- donde se encuentra la cueva. Tremendos peñascos, que surgen del agua verde-azulada cargados de vegetación y se elevan abruptamente hasta una altura inusitada.

Volvemos al junco y desayunamos más en serio. Alfonso descubre que su cámara de vídeo ha dejado de funcionar, seguramente a consecuencia del extremo calor y humedad de la zona. Despliegan las enormes velas y el barco empieza a navegar lentamente, camino de Ha Long, la costa y el final de nuestro crucero.

En el embarcadero nos espera el chófer, que nos llevará al aeropuerto de Hanoi. Por la carretera voy fijándome en la arquitectura popular, casas familiares construidas casi todas en los últimos veinte años. El modelo básico es el chalecito francés: Tejado a dos aguas, frontones, balaustradas y arcos diversos. Algo que podría estar en Toulouse o en Tavernes de Valldigna. Pero lo peculiar aquí es que ganan en altura hasta alcanzar cinco o seis pisos, sin ocupar más que un escaso rincón del suelo. Es lo que llaman “casas cohete”. Además, la fantasía del constructor se traslada al edificio en forma de torretas, figurillas de dragones, ventanas morunas y demás detalles decorativos pop. El modelo básico evoluciona hasta extremos inconcebibles, creando algo que sólo puede ser Vietnam.

Llegamos pronto al aeropuerto, pero no conseguimos embarcar en el primer vuelo a Da Nang y el siguiente no sale hasta cuatro horas después. Tenemos que esperar en una sala fea y desangelada: Cuatro tiendas de golosinas y souvenirs, una cafetería cutre y una pequeña librería. Por matar el tiempo nos sentamos en la cafetería y pedimos unas patatas fritas –imitación a Pringles- y fideos industriales al microondas. Investigo las tiendas: Las de alimentación venden sobre todo frutos secos, chocolate, café y pasteles del Festival de la Luna (el regalo típico en estas fechas). En cuanto a la librería, casi todo está en vietnamita pero hay una sección en idiomas extranjeros. Son todo libros editados aquí, historia oficial y propaganda diversa. Las memorias de Ho Chi están en todos los idiomas imaginables. Ningún libro ni revista ni periódico occidental. Compro un librito en español sobre historia de Viet Nam y sus dinastías por unos 2 euros. La funcionaria me cobra con cara de aburrimiento y fastidio –estaba en animada charla con sus colegas hasta que llegué yo.

En apariencia se da aquí lo peor de los dos mundos: Una férrea dictadura comunista y, al mismo tiempo, el capitalismo más salvaje. Sin embargo el país parece funcionar, no se ve miseria, los niños van al colegio y todo quisqui tiene su casa-cohete y su moto. Supongo que lo primero que busca una sociedad como ésta, traumatizada por décadas de guerra y hambre, es cubrir una serie de necesidades básicas. Sólo después se preocuparán por cosas más sofisticadas –como la libertad.

Vuelo tranquilo, menos de una hora. En el aeropuerto de Da Nang nos espera un coche para llevarnos a nuestro destino, Hoi An, una pequeña e histórica ciudad unos 30 kms. más al sur. Por el camino se hace de noche. Vemos grupos de niños disfrazados tocando el tambor y bailando. El conductor, que habla algo de inglés y va de simpático, nos cuenta que se trata del famoso Festival de la Luna Llena de Septiembre. Hemos leído en la guía que esa noche es especialmente vistosa en Hoi An. Parece, pues, que hemos tenido una suerte extraordinaria.

Llegamos a nuestro hotel, el Golden Sands, un resort playero bastante bonito pero alejado unos cinco kilómetros del casco urbano. Como no nos queremos perder la fiesta, le pedimos al chófer que nos espere. Nos registramos en Recepción y, sin pasar por la habitación, nos disponemos a una inmersión cultural en la gran juerga anual de los niños vietnamitas. Poco después el coche nos deja en el límite de la ciudad antigua, cerrada al tráfico durante esa ocasión.



Paseo nocturno por la vieja Hoi An. Hasta el siglo XIX era un puerto muy importante, conexión de todas las rutas comerciales de Extremo Oriente. Allí llegaban barcos japoneses, holandeses o españoles (desde Filipinas) para adquirir productos procedentes de la India, Malasia, China o Tailandia. Los europeos llamábamos a la ciudad “Faifo”, deformación de la expresión vietnamita “Hai Pho” (ciudad costera). Y una curiosidad: Francia llegó aquí de la mano de España, durante la llamada “Guerra de la Cochinchina” (1858), una típica guerra colonial de la época.



El casco histórico –Patrimonio de la Humanidad de la Unesco- es un conjunto de calles amplias, de casas bajas con tienda, almacén y vivienda de la familia propietaria. Hay muchas tiendas, bares y restaurantes, orientados casi siempre al abundante turismo internacional –aunque también existe un turismo interno bastante fuerte. En cada rincón, farolillos de colores decoran la fachada de templos y comercios. En una esquina juegan a romper piñatas. Pasan pandillas de niños tocando el tambor: Algunos bailan y van disfrazados de personajes mitológicos, los demás hacen ruido y asaltan a los transeúntes pidiendo dinero o golosinas. El protagonista es el Unicornio, animalito que no se parece en nada al unicornio de la cultura occidental; Más bien parece una especie de dragón.

Terminamos nuestro recorrido con un paseo a través del puente japonés y junto al río, iluminado con figuras de animales míticos. Pintoresco. Volvemos al hotel en un mini-taxi.

19 octubre 2008

Otra

Sábado 18 de octubre, ocho de la tarde. Cines Princesa, en la madrileña plaza de Santa María Micaela (vulgo plaza de los Cubos). Público mayoritariamente joven y gafapasta. Sentados en nuestras butacas, Alfonso y yo nos disponemos a ver "Quemar después de leer", la última de los Coen (muy buena, por cierto, recomendable 100%). Antes de la película nos pasan trailers y uno de ellos anuncia "Camino", de Javier Fesser. A nuestro lado, un matrimonio -supongo- de edad madura. El hombre levanta innecesariamente la voz y hace sus comentarios. Para que todo el cine se entere: "¡¡¡Eunucosss!!!! ¡¡¡Mucha ignorancia es lo que hay en Españñia!!"

13 octubre 2008

Diario de Indochina (III)

Viernes 12 de septiembre. A las 8 en punto nos recoge en el hotel una furgoneta que nos llevará a la costa, a la ciudad de Ha Long, para embarcarnos en un mini-crucero por la bahía del mismo nombre. No está lejos de Hanoi, pero el viaje dura cerca de cuatro horas, pues las carreteras tienen el mismo tráfico de motos, bicis y viejas con balancín que domina el centro de la ciudad. A mitad de camino, nuestro conductor hace una parada con el pretexto de hacer pis y tomar café. El lugar es uno de esos típicos hipermercados del souvenir para turistas: Venden cientos de productos de artesanía horrorosa con el pretexto de ayudar a los discapacitados, pobres víctimas de la guerra imperialista. Ideal para americanos con complejo de culpa que deseen decorar su casa de Arkansas con valiosas muestras de arte exótico. Hacemos pis, tomamos café y admiramos los jarrones. Pero no compramos nada.

Por fin llegamos al complejo de Ha Long y al embarcadero desde donde salen los juncos turísticos –en realidad son barcos modernos a motor y con aire acondicionado en los camarotes, cosa que se agradece bastante. Tenemos una pequeña bronca: En el hiperactivo programa del crucero –además de masajes, cocktail-party, happy hour y clases de tai chi- existe la posibilidad de apuntarse a una excursión en kayak a una caverna típica. Un estrés. A Alfonso le apetece, pero yo me niego en redondo a hacer el ridículo montando en una canoa de esquimales para ver algo similar a las cuevas del Drac. Alfonso se cabrea, yo le digo que haga lo que le dé la gana pero que me deje en paz con el kayak.

La tormenta pasa en cuanto empezamos a navegar. Hace muchísimo calor, pero el paisaje es espectacular y, por suerte, hay muy poca gente en el barco, sólo nosotros y una familia australiana (que rápidamente se apunta al kayak). Después de un abundante y rico almuerzo descansamos un poco hasta llegar a la isla de Titop o Titov, llamada así en honor al cosmonauta ruso, segundo ser humano que orbitó en el espacio tras Yuri Gagarin. Entonces los australianos se van a remar y nosotros subimos dando un paseo hasta lo alto del monte (the top of Titop). Desde allí se contempla una fascinante vista panorámica del paisaje extraño, onírico, de Ha Long. Hago muchas fotos y contemplamos el ocaso del sol tras las nubes.

Cuando bajamos a la playa están celebrando una especie de festival de la canción infantil, con canciones propias de críos y otras de marcado carácter patriótico-comecocos. Volvemos al barco. Ducha y cervecitas (marca Tiger) en la cubierta superior, ya de noche. Luego cena bufé y a la cama temprano.

03 octubre 2008

Diario de Indochina (II)

Jueves 11 de septiembre. Dormimos diez horas seguidas. Desayuno en el bufé del hotel. Como es de una cadena española, tienen tortilla de patatas, chorizo Revilla y aceite de oliva marca El Corte Inglés, te sientes como en casa. Mientras desayunamos cae una lluvia torrencial, pero dura sólo unos minutos y luego sale el sol.

Calor, contaminación y ruido mientras caminamos hasta el Templo de la Literatura (Văn Miếu), un antiguo templo confuciano que albergaba también una universidad; Un centro de estudios oficiales para abastecer de altos funcionarios al reino. Hay que mencionar aquí la tremenda importancia que el confucianismo –más una filosofía política y un conjunto de reglas de comportamiento que una religión- ha tenido y sigue teniendo en Vietnam. Aunque este país sea nominalmente comunista, lo que prevalece en la práctica es más bien la ancestral doctrina del Maestro Kong.

El Templo de la Literatura es un remanso de paz en medio del ajetreo urbano, un lugar muy agradable y bonito y, aunque sea en gran parte una reconstrucción, mucha gente sigue acudiendo aquí a elevar sus plegarias. En uno de los patios, más de ochenta estelas de piedra conmemoran sobre tortugas gigantes los nombres de los graduados de antaño. Cuidados jardines, estanques con lotos, frondosos árboles. En un momento dado, me siento en un banco a la sombra con una botella de agua. Sopla una brisa fresca. Es la Gloria.
A la salida tomamos un taxi para llegar al Museo de Historia. Nos hemos dado cuenta de que aquí sólo los guiris despistados andan por la calle. Las personas normales van en moto, coche, bici, lo que sea menos caminar. Y además, si no puedes luchar contra la marea motorizada... únete a ella!. Los precios de los taxis son ridículos, todos llevan taxímetro oficial y ni siquiera te dan un rodeo para llegar al sitio indicado.

El Museo Nacional de Historia Vietnamita está enclavado en el barrio colonial, en un imponente edificio pseudo-oriental que perteneció a la Escuela Francesa del Extremo Oriente. Rodeado de hermosos jardines con estelas y esculturas, alberga interesantes colecciones de arte vietnamita, desde restos hallados en yacimientos prehistóricos hasta reliquias de Ho Chi Minh y la guerra de independencia contra los franceses. Sorprende sin embargo comprobar como este último episodio apenas ha dejado huella en la historiografía oficial: A lo largo de la exposición, paneles y pinturas de estilo triunfalista nos muestran el verdadero y eterno enemigo: China.
A la salida comemos en el café-restaurante Diva (si, el nombre es muy gay y no hemos podido resistir la atracción de la pluma). En una antigua casa colonial reconvertida, con piano y ventiladores a la vieja usanza de las películas exóticas. Tomo unos filetes de lenguado sobre arroz y espinacas con salsa holandesa. Un café de postre y nos encaminamos al barrio antiguo.

El viejo Hanoi es un lugar especializado en el comercio de cualquier cosa que se pueda comprar y vender. Seda, joyas, electrónica, niños, órganos humanos para trasplantes diversos... A veces exagero, lo sé, pero es que esta gente a veces me da la impresión de que vendería a su madre si está a buen precio. Por otra parte, y a pesar del estrecho trazado de las calles, también aquí impera el ruidoso scooter. Entramos en una de las casas más antiguas (en el nº 87 de la calle Ma May), una especie de casa-museo que recomendaba visitar la revista de a bordo de Vietnam Airlines. Están celebrando algún tipo de fiesta infantil: la casa está llena de niños de colegio, algunos muy graciosos y simpáticos. Me dan ganas de ponerme a hacerles fotos, pero me contengo, no sea que me acusen de ser un poco Gary Glitter.
Luego nos enteramos de que la fiesta en cuestión es una de las más importantes celebraciones del año vietnamita: El festival de la Luna Llena de Otoño, algo intermedio entre Halloween y los Reyes Magos. Las casas se adornan con guirnaldas y farolillos, los niños se convierten en tiranos autócratas, reciben todo tipo de regalos y se hartan de dulces y golosinas. Teniendo en cuenta que casi el 30% de la población tiene menos de catorce años, se entiende que el país entero queda semi-paralizado durante estos días.

Salimos de la casa-museo y nos metemos por una calle con mercadillo que recuerda al Rastro madrileño, sólo que aquí la gente se mueve por entre los puestos... ¡En moto! Resulta un poco agobiante, así que pronto nos cansamos y nos volvemos al hotel en taxi.
Descansamos un par de horas. Cuando salimos de la habitación para ir al teatro de marionetas, nos topamos de bruces con dos mexicanos vestidos de mexicano. Surrealista. Nos explican –muy simpáticos- que son los chefs de la semana gastronómica azteca que organiza el hotel. El mundo es un pañuelo que ha encogido.

Camino del teatro pasamos por la zona de la catedral, paraíso de mochileros y españoles en busca de artesanía y gangas diversas. En casi todas las tiendas tienen camisetas con motivos típicos: Ho Chi Minh, la estrella de cinco puntas, etc... También se ven otras con la imagen de Tin Tin en un rickshaw y el título: "Tin Tin en Viet Nam". Falso de toda falsedad, el joven reportero belga nunca jamás estuvo en Indochina. Tomamos un sandwich en un café cualquiera y entramos al teatro de Marionetas sobre el Agua. En el vestíbulo hay una tele gigante de plasma y están poniendo “Apocalypto” -que no sé yo que tiene que ver con Vietnam ni con las marionetas, pero es un hecho y yo tengo que contar aquí la verdad verdadera, tal y como yo lo vi. Público mayoritariamente guiri.
El teatro es un edificio relativamente moderno, pero la distancia entre las filas de butacas esta adaptada a la estatura estándar de los vietnamitas (1,50 m) así que tengo que hacer virguerías con mis piernas para encajar en el asiento. El espectáculo es curioso pero no mata: La música es bonita y esta interpretada en directo por una orquestina. En cuanto a las marionetas, pues son vistosas y tal. Vuelta al hotel y a dormir.