11 mayo 2010

Toda crisis es una oportunidad (business as usual)

El 11 de septiembre de 2001, unos chiflados exóticos estrellaron dos aviones comerciales contra el símbolo del capitalismo occidental, las torres gemelas del WTC de Manhattan.

Cundió el pánico, las bolsas se desplomaron, la economía americana entró en recesión y la autoridad competente (FED) bajó los tipos de interés para inyectar liquidez al sistema (política monetaria).

Los reducidos tipos de interés abarataron las hipotecas. El mercado inmobiliario experimentó un gran boom. Los bancos inflaron la burbuja concediendo préstamos a todo quisqui y tasando las casas hipotecadas por encima de su valor real.

En lugar de mantener en su activo esas hipotecas basura, los bancos que las habían concedido hacían un buen negocio vendiéndolas a terceros. Troceadas y disfrazadas con nombres exóticos, las agencias internacionales de rating (hay tres o cuatro en todo el mundo) las calificaban como deuda “buena”, y así acababan en la cartera de inversiones de las más prestigiosas instituciones financieras del mundo mundial. Ingeniería financiera.

Cuando los tipos de interés empezaron a subir (política monetaria) y la gente se quedó sin poder pagar su hipoteca, la burbuja pinchó, el mercado inmobiliario se hundió y la ruina se extendió como mancha de aceite.

El problema derivó en una absoluta falta de confianza en los mercados. Los bancos no se prestaban dinero entre ellos (mercado interbancario) y ya nadie se fiaba de las agencias de rating.

Algunos bancos hicieron un gran negocio con la crisis, pues apostaron a la baja (Goldman Sachs). Pero otros habían acumulado montones de deuda basura y algunos quebraron (Lehman Brothers).

Otros eran “demasiado grandes para dejarlos caer” y los gobiernos respectivos intervinieron para sacarlos a flote. La crisis (primero financiera, luego de la economía real) costó mucho dinero al erario público. En EE.UU., en Gran Bretaña, en Alemania, en España y... en Grecia.

Los estados de medio mundo incurrieron en grandes déficits (política fiscal). Para financiarlos, emitieron deuda pública. Goldman Sachs asesoraba al gobierno griego en esas emisiones, ayudándole a camuflar las verdaderas cifras del déficit.

En octubre de 2009 cambia el gobierno en Grecia. Y entonces las agencias de rating se ponen exquisitas y alertan de la mala calidad de la deuda pública griega. Un par de artículos en el Wall Street Journal por aquí, un par de editoriales de The Economist por allá y ¡ale-hop!, los inverores entran en pánico.

Pánico muy bien aprovechado por tiburones y buitres carroñeros. Apostando contra la deuda griega via credit default swaps (ingeniería financiera). Curioso instrumento que permite asegurarte contra el impago de unos títulos de deuda que, en realidad, no son tuyos.

Profecía autocumplida: La desconfianza se traduce en un pispás en un aumento del diferencial (riesgo-país) que debe pagar Grecia para colocar su deuda. O sease, los griegos tienen que pagar más intereses que los alemanes (pongamos por caso) para vender esa deuda. El encarecimiento de las obligaciones crediticias del estado griego hace improbable que efectivamente pueda hacer frente a esos pagos. Y vuelta a empezar.

Vale, Grecia emite su deuda en euros. Y todo lo que pueda pasarle a Grecia le afecta al euro. Así que baja la cotización de la divisa europea frente al dólar, cosa que le viene muy bien, mira tu por donde, a las grandes compañías exportadoras de Alemania.

La Unión Europea dice -repetidas veces- que ayudará a Grecia, que no la dejará hundirse en el lodazal de la insolvencia. Pero nadie hace nada en realidad, pues el gobierno alemán tiene a la vista elecciones regionales y ayudar a esos derrochones del Sur es impopular (cigarras vs. hormigas) y si Alemania no cede, los demás gobiernos de la Unión no empujan.

Así que la crisis se extiende y profundiza. En el punto de mira de “los mercados” aparecen nuevas piezas: Portugal, Irlanda, Italia y España, los otros miembros del club PIGS.

En unas semanas, las bolsas se hunden, las agencias descalifican, los inversores desconfían, los gobiernos amenazan y los pueblos tiemblan.

Finalmente se celebran elecciones en Renania del Norte-Westfalia, se reúne el Ecofín y se concreta un mecanismo europeo para acudir en ayuda de los estados con problemas. Se aporta un fondo de 750,000 millones de euros a cambio de imponer duras condiciones a esos países (reducción rápida y radical del déficit públlico).

Al día siguiente (hoy), el Ibex sube más de un 14% y todo el mundo está muy contento.

¿Quién ha ganado en toda esta película? ¿Quién ha perdido?

El inversor de a pie, el ahorrador medio que mantenía una carterita de titulos pensando en el futuro, ha vendido barato en el momento de mayor acojone. Ha perdido.

Los grandes bancos de inversión, los hedge funds transnacionales, cibernéticos y anónimos, han ganado mucho dinero comprando barato y vendiendo caro, distorsionando precios, apostando fuerte a caballos ganadores.

Los pueblos de Europa pierden. Las sociedades de los países atacados por especuladores, tendrán que “apretarse el cinturón”. Y eso del cinturón significa renunciar a su incipiente estado del bienestar en lugar de, por ejemplo, aumentar la presión fiscal sobre las transacciones finencieras especulativas o luchar coordinadamente con el resto de la Unión Europea contra la economía sumergida, el dinero negro, las mafias internacionales y los paraísos fiscales.

La democracia se deteriora. Son “los mercados” los que determinan las políticas económicas, no los parlamentos.


¿Y era ésto la “refundación del capitalismo” que prometían Sarkozy y otros líderes mundiales?

Pues vaya toalla...

PS para saber más:

Naomi Klein

Vicenç Navarro

Oliver Stone